domingo, 3 de junio de 2012

Relato sin usar la ''a''


 Y son esos lunes los que me vuelven feliz. En los que entre miles de luceros suspendidos en el cielo, encuentro un motivo con el que puedo proseguir. Por lo menos, en el tiempo de siete crepúsculos.  Esos  lunes,  en los que me siento en el mismo sillón, como rige mi costumbre, y  espero sobrecogido un signo positivo, un reir del destino, o puede que un desliz del mismo, que renueve mis emociones y mi triste modo de proceder.
Pesimismo y temores son los dueños de mis juicios, y con ellos intervengo desde que los surcos y pliegues surgieron en mi rostro. Se dice que el envejecer nos convierte en mejores individuos, pero qué pueden conocer los jóvenes de los sufrimientos de los viejos.
Son esos lunes los que me mueven en este mundo sinuoso lleno de temores que me persiguen sin perdón. Los que consiguen que me despierte y deje los lloros. Son esos lunes, donde te encuentro por fin…y  no te siento lejos.
 Son en esos breves encuentros que tengo contigo en los que me siento pequeño y enorme; donde soy un niño de nuevo que vive de  juegos, nuestros juegos de chiquillos. Escondites secretos, tesoros descubiertos juntos y episodios estupendos donde reímos sin detenernos.
Soy un joven que enloquece con tus rubios mechones recogidos con cierto desinterés, objeto de seducción y fuente de deseo. Un deseo prohibido por su dimensión; y por los sonrojos y rojeces que en mi piel pudiste ver.
Soy ese joven que se vuelve cuerdo y sereno si en un fortuito encuentro me topo con tus expresivos ojos verdes, vivos y luminosos. Como me puedo sentir yo si me veo en su reflejo. Eso quiere decir que estoy contigo. El sueño cumplido que he querido ver como posible desde que  tengo el gusto de conocerte. 
Soy ese joven que te entonó millones de versos en susurros, con el fin de no ser descubierto…Este joven envejecido que prosigue con sus sonetos sin tenerte. Sí, soy ese joven que prometió quererte siempre, protegerte sin límites… Yo, que resido en un mundo del que tienes el gobierno. Simplemente yo, sigo siendo el mismo.
Ni tu muerte pudo derruir los muros de mis sentimientos, ni tú te convertiste en un recuerdo. Vives en hechos, en emociones que surgen si oigo tu nombre o incluso si lo veo escrito. Vives en esos momentos que son solo nuestros y se pierden en tiempos remotos. Vives si río, vives, porque me duele el que no estés. Y ese dolor me miente, pues sé que hoy, y como todos los lunes, tu espíritu viene conmigo. Me refugio en él. Nos sentimos y no me molesto en contener los suspiros nerviosos que emito en el momento en que por fin, te vislumbro.
Te veo, me sonríes…Un soplo de viento noto en el oído, y sé que te moviste con el fin de decirme que me quieres. El viento se mueve en mis pómulos, y sé que mis temores y sollozos huyen porque me cubres dichos sitios de tiernos besos. Y es en ese momento donde rio feliz y pleno, lleno de un querer profundo y sereno.
Y es en ese momento, en el que el sueño buscó mis ojos con el fin de dormirlos, en medio de esos minutos nocturnos que veloces se suceden en mi viejo reloj. Esos minutos dulces, donde, como siempre ocurre en los lunes, duermo protegido por tu cuerpo y envuelto en tu querer.

domingo, 13 de mayo de 2012

La inspiración tardía


La luna ocultaba temerosa los lamentos ahogados del escritor, cuya frustración en aumento ganaba a cualquier sentimiento inspiratorio. Bloqueado, escupía chorros de tinta púrpura en aspavientos enloquecidos, creadores de trazos caligráficos ilegibles.
A pesar del dolor que sentía en su alma y del miedo que empezaba a congelar su corazón, no desistió en la búsqueda de ese destello mágico que era la inspiración. En tiempos mejores la solía encontrar pronunciando su nombre entre palpitaciones y reflejos de luz.
Tras vagar sin rumbo buscando lo incontrable, tuvo que desistir. Cerró los ojos y soltó un suspiro cansado. Se dispuso entonces a rendir luto en homenaje a aquellas obras que no deseaban salir y que jamás podrían nacer. Las enterró en la irrealidad del mundo inconsciente.
Una ardiente lágrima se escapó para sellar el funeral…
Sin embargo, a pesar de su dolor, no pudo evitar automáticamente alargar la mano y coger la pluma.
Como si ésta fuera una extensión de su propio cuerpo, la dirigió al papel. Escribía, concentrado, concienzudamente. La pluma era su cuerpo, la tinta era su sangre. Relataba, narraba sonreía.
El impulso creador vibraba y corría cual galgo recién puesto en libertad. Rozando cada centímetro de su piel en pequeñas descargas eléctricas. Reía a carcajadas, y asombrado por la insólita situación, contemplaba como filas de palabras se sucedían ante sus fascinados ojos.
Fluyeron los sentimientos a través de la pluma, arma desgastada pero eficaz, que bombardeaba con palabras los inertes papeles blancos. Vivas y nerviosas eran las letras expectantes a su turno, impacientes por explotar en versos, estrofas, poemas; recordando organizarse según el ensayo improvisado en el alma del poeta.
Son pues estos últimos versos los que Bécquer escribiría, los últimos hilos conductores a fantásticos mundos imaginarios. Mundos impregnados de metáforas que plasmaban la desdichada vida del escritor.
Desgraciadamente este soñador poeta, cazador de esperanzas, quedó dormido en los brazos de la muerte sin poder degustar previamente la fama que hoy cubre su recuerdo.

sábado, 12 de mayo de 2012

Salvador...mi general

Sus ojos brillaban orgullosos aquel lunes, en el aeropuerto, poco antes de partir.
Estábamos ambos nerviosos, y las múltiples sonrisas que intentaban ser tranquilizadoras, no hacían sino tensar más los lazos de angustia que oprimían nuestras gargantas.
Me aferré a sus fuertes brazos y su aroma envolvente me hizo olvidar momentáneamente las preocupaciones sentidas. La fuerza que necesitaba para afrontar el adiós vino enérgica al escuchar mi nombre de sus labios. Sus manos se enredaron en mis cabellos, acariciándolos con suavidad, mientras me perdía en sus fascinantes ojos turquesas. Las bocas tan cercanas hablaban amor, y nuestros alientos se buscaban con desespero, entrelazándose al pronunciar un ‘’te quiero’’ lleno de sonrisas.
El aviso de sus superiores  hizo que las últimas declaraciones románticas salieran apresuradas, medio ahogadas por el furioso viento del amanecer. Tras un breve beso en los labios, comenzó a alejarse. Los dorados rayos del Sol le enaltecían y su sombra se empequeñecía cada vez más. La última imagen de Salvador.
La recordaré con sacudidas en el combatiente encarcelado del amor que ahoga sus lamentos en latidos,  pensando que mi vida se desvanece y se escapa con él a Lorca.
 Sin embargo, el sonido de sus botas sobre la grava aún martillea mi alma. La conciencia me atormenta, cruelmente, en forma de horribles pesadillas. Esto era simplemente cobardía provocada por un mal augurio, que torturarme gustaba con un terrible y certero pensamiento: ‘‘Jamás beberé nuevamente de su mirar azul’’.
Fui cobarde al no querer suplicar su regreso…me dediqué a contemplar inmóvil cómo se escapaba de mi vida el hombre al que más he podido amar. Cómo marchaba a cumplir un destino que eligió y que yo sufro por consecuencia.

Y es por eso que ahora me hallo contra la pared, sentada, contra el mundo. Dando largas caladas al cigarrillo. En una triste habitación sin amueblar, alquilada hace apenas unos días en uno de los barrios más bajos de la ciudad.
La estancia estaba únicamente iluminada por una luna en cuarto creciente, que se colaba por una de las dos ventanas. Los cristales y los restos de comida que se acumulaban en los rincones eran mis únicos compañeros, y si acaso, los viejos periódicos amontonados en una alfombra raída, que me servía las veces de cama. Tenía en las manos un pequeño cenicero de porcelana; colmado de cigarrillos machacados y ceniza que tintaba mis dedos de gris. A los pies de la puerta cerrada con llave, una caja de pañuelos vacía servía de escondrijo al capital recibido por el testamento de Salvador.
Él siempre había sido un chico soñador. La gente de su alrededor solía reírse de los pájaros que tenía en la cabeza. Él prefería llamarlos sueños, fantasías, ilusiones…Cuando los cumplía era mi marido quien reía; mostrándole al mundo su característica sonrisa de medio lado.
Sueños productivos pero obsesiones peligrosas…que nadie pudo con ellas. Ni siquiera al casarnos las olvidó, ni por mí hizo ademán de abandonarlas. Egoístamente yo quise hacerlas desaparecer. No hablo de otras mujeres, aunque mi matrimonio no dejaba de ser compartido: la esposa de un comandante no tiene siempre toda la compañía deseada. A pesar de ello, siempre acepté sus sueños, porque le amaba, y aunque en múltiples ocasiones me costaba acatarlos, no podía hacer que renunciara a ellos.
¿Cómo robarle la ilusión a un joven que ya de niño, se probaba gorritas militares, que cubrían graciosamente sus inocentes ojitos?
Un niño que, desde muy pequeño, pasaba las horas muertas en la buhardilla, plagada de pequeños tesoros listos para ser descubiertos. Como los viejos soldaditos de batalla, que constituían su entretenimiento principal. Los alineaba para hacerlos desfilar sobre la polvorienta tabla de planchar. Rota por varios lugares, no hacía sino más divertido el ocio al ser aprovechados éstos como escondites estratégicos. No quedaban lejos su pequeña trompeta de juguete, con la que aprendía a entonar diferentes himnos militares y canciones de campamentos; y las medallas viejas regaladas por su abuelo, que contento lucía en su pecho de infante.
Orgulloso de su linaje y de su país, hubiese sido extraño que sintiera vocación de médico, abogado o profesor.
Lo peor sin duda eran sus desapariciones intermitentes en misiones y expediciones, en las cuales sufría sin poder remediarlo. Esta última a Lorca, socorriendo a los afectados por el terremoto, había ocasionado muchos sobresaltos a mi cansado corazón, derrumbado cada vez que una mala noticia salía en los telediarios.
Aún así mantenía la esperanza, y me deleitaba al pensar en que quizás nuestro amor flote aún en ese último amanecer que contemplamos juntos. Perdido entre la locura y la felicidad, allá lejos, donde mueren las estrellas…
Apenas terminé el cigarro y uno nuevo ya había asomado a los labios. El humo flotaba por la habitación cual niebla artificial, dándole un aspecto más deprimente a la sala (si aún existía dicha posibilidad). Era un vicio que me gustaba, aunque ya me estaba pasando factura. El cenicero, testigo y cementerio de cada uno de ellos, pareció sonreír al escuchar mis pensamientos.
 No podía controlar mis pensamientos persistentes en la idea de que dejé todo, por una vana esperanza que él me hizo creer. Dejé todo, por perseguir sueños que no me pertenecían. Dejé todo, y ahora no me quedaba nada.
Y aquí me hallo. Pudriéndome en la cárcel que supone mi vida. Ya iba siendo hora de aceptar la realidad tantas veces negada.
Sucedió el día de su marcha. Aquel odioso y maldito 3 de noviembre. Un despertar del sol que vino cargado de promesas de regreso que no se vieron cumplidas y mi esencia, vida, alma…fueron arrancadas de cuajo sin piedad.
Al igual que la muerte arrancó el soplo de aire fresco que era su aliento. Ese aliento que fue exhalado por última vez en la maniobra de rescate de un edificio ruinoso, viejo y de cimientos temblorosos.
 A pesar de las advertencias de peligrosidad y omitiendo los gritos que alertaban de la inestabilidad de la construcción; se internó en la penumbra de la cochambrosa edificación. Seguía ciegamente lo que su corazón sin juicio le dictaba.
El suelo temblaba bajo sus pies, pero lejos de emprender la retirada, se dejó llevar por el impulso abrasador que palpitaba en su pecho y aceleró sus pasos. Recorría con nervio las escaleras buscando posibles atrapados que las autoridades hubieran pasado por alto y  aguzó el oído al creer escuchar una voz ahogada por la lejanía. Esa fue su perdición. Cegado por rescatar al propietario de dicha voz, penetró en la vivienda del segundo piso, tirando la puerta abajo a pesar de los pequeños escombros que comenzaban a desprenderse del techo. Cuál fue su sorpresa al no encontrar a nadie en su interior; una televisión encendida era la causante de los sonidos.
Salvador no fue tan raudo en su retirada, la muerte corrió más rápida que él y lo atrapó para siempre en sus brazos.
Me veo aún con los ojos fijados en la televisión, incapaz de desviar la mirada y sin poder despegarla de la pantalla, aunque mi alma me gritó que lo hiciera  hasta quedarse afónica. Paralizada estaba, las palabras sin expresión se colaban en mis oídos, palabras de muerte que mi razón se negaba a interpretar. La fatídica noticia me llegó a través del telediario, mi Salvador no lo haría nunca más…
Mi enamorado corazón se paralizó unos instantes al rememorar a mi marido. Puñales de añoranza me atravesaron el pecho, mi alma tocaron y acabaron por fundirse en espinas que alojadas quedaron en ella. Respirar se hacía cada vez más difícil. Mis ojos inyectados en sangre y lágrimas tenían la muerte reflejada en ellos.
Temblando, alargué la mano para atrapar el periódico más cercano, el más arrugado y al que más temor tenía. A cada página que pasaba el llanto se intensificaba…nuevamente mi cara quedó marcada por ríos de dolor y maquillaje corrido.
Contemplé su esquela y mi corazón se olvidó unos instantes de latir.
 Lentamente deslicé una de mis manos hasta el bolsillo de mi falda y saqué un bolígrafo. Comencé a escribir en una esquina del papel:
‘’Mi amado comandante, no puedo aceptar tu partida sin retorno, tantas veces de tus labios prometido. No puedo continuar resistiendo aquí, abandonada por mantener devoción a un amor imposible…del que no encuentro correspondencia alguna. Mi amado Salvador, los lazos que nos mantenían unidos debieron quebrarse  en terrenos murcianos, pues únicamente el desconsuelo y la desgana pueblan mi ser. Al irte te llevaste mi guardián de latidos, que vida me insuflaba con cada uno de ellos. Vida que me dabas al estar junto a mí, pues desespero al no encontrarte y muero ante el deseo de en tu abrazo abandonarme. Me consumo progresivamente en un vacío infinito. El que dejaron tus ojos al dejar de mirarme, el que dejaron tus caricias al dejar de ser sentidas, el que dejaron tus labios al dejar de ser saboreados. El vacío que inútilmente reemplazo con tabaco. Pero la situación me supera, y la solución no está en los pequeños cilindros anaranjados. Jamás podré llevar este tormento conmigo y carezco de energía para continuar luchando. Por todo esto, quería que fueras el primero en conocer mi decisión. Siempre tuya.’’
Con la cara larga releí la expresión de mi última voluntad, plasmada en garabatos nerviosos en la página del noticiero.
No sin esfuerzo me levanté del suelo, y lo más lentamente que pude caminé hacia la ventana. Con la ciudad a mis pies aspiré la tenue fragancia nocturna, y dejé escapar un sonoro suspiro. Pensando en Salvador, eché la última mirada al mundo. La primera sonrisa en una semana floreció inconscientemente de mis labios.

jueves, 12 de enero de 2012

Historica verídica sobre cómo maté a mi ex-novio


Érase un hombre que carecía de personalidad, y un buen día de una bella dama se tuvo que enamorar.
Largas solía darle sin pensar, esquiva, inalcanzable y altiva se hacía de rogar. Romper su corazón gustaba sin piedad, con humillaciones, prohibiciones y burlas sin cesar.
Otro buen día, el chico de sufrir se hubo de cansar, pues de la primera cortesana que vio, debióse prendar.
Celosa, sorprendida y furiosa, la primera dama exigía lealtad. Por el caballero triste y enamorado dejarse quería conquistar.
Sin miramientos, vióse cegada por pensamientos de vengativa crueldad. Dolor deseaba contemplar, sangre necesitaba derramar. Sádicamente una sonrisa se dignó a mostrar, y con un cuchillo afilado, la garganta del joven se dispuso a cortar.
De caliente sangre se acabó por impregnar. Besó sus muertos labios, saboreando la maldad. ''Si no soy tuya, nadie lo será''. Resopló la viuda negra, al finalizar.

lunes, 2 de enero de 2012

La revolución de los alimentos (cap. 2)


Alegremente las criaturitas iban todos los días al comedor más contentos que unas castañuelas. Siempre comían lo que más les gustaba, sin preocuparse jamás por esconder lo que les disgustaba en servilletas, vasos, o en el pelo de sus compañeros de mesa.

Pero cuando ya pasaron algunas semanas, los niños estaban cansados. No tenían fuerzas ni para reírse; y la tan querida pizza había dejado de ser tan apreciada. Nada verde en sus platos, nada sano en sus estómagos.

Alicaídos y tristes, jamás se pudieron imaginar que echarían de menos a esos enemigos naturales que obligatoriamente se tenían que tragar, si deseaban disgustar el tan querido postre de chocolate del comedor. O incluso en la cena, las natillas que tan ricas le salían a mamá.

Javier, entre los lamentos de los niños y la talla extra que había añadido a su pantalón (cosa que no le hacía ninguna gracia), decidió salir en la búsqueda de Supertomate para poner fin a la catástrofe.

Pero…¿Dónde encontraría nuestro joven héroe a las tiernas verduritas?

Piensa como una verdura…piensa como una verdura…-se decía. ¿Dónde me escondería si fuera una de ellas?

Con su bicicleta de carreras roja, regalo de su cumpleaños, y una pequeña mochila al hombro, oteó el horizonte; ajustándose la gorra para que el Sol no le cegara los ojos.

Sonriente decidió ir al restaurante vegetariano de la ciudad. Allí encontró en el buffet de ensaladas a unas cuantas lechugas que luchaban por no morir ahogadas entre litros y litros de salsas condimentadas. Agitaron sus manitas pidiendo ayuda, y en un descuido del camarero, Javi las atrapó y las guardó en su mochila.

Hizo un recorrido por todos los restaurantes del barrio, pedaleando incansable para ir salvando a ciertos espárragos, a punto de ser devorados por una mujer con un sombrero más grande que su cabeza; para rescatar a una coliflor que fue confundida por una joven novia por un ramo de rosas blancas; o incluso para salvar a una pequeña familia de zanahorias que eran perseguidas por un conejito hambriento.

Con la mochila a rebosar de pequeños habitantes que no paraban de moverse y parlotear, Javi se sentó a descansar en un banco del parque. Abrió la cremallera y fue saliendo la comida. Algunas más contentas que otras, se pusieron todas de acuerdo en hacer voto de silencio hasta no recibir órdenes nuevas de su líder. Pero, ¿dónde estaba Supertomate?

(Próximamente continuación)

domingo, 1 de enero de 2012

Memorias de una vieja amistad (Continuación 1)


 Itziar era muy celosa.
Quería demasiado a sus allegados, tanto familiares como amistades, y ya no quiero mencionar a sus pobres novios.
Recuerdo por aquel entonces el odio intenso que cogió repentinamente a una profesora del instituto.

Se llamaba Sofía. Era una señora más bien bajita, con unos cuantos años a cuestas pero que conservaba cierto atractivo juvenil. No eran pocas las ocasiones en las que era confundida con una alumna más. Amante de su trabajo, vivía para transmitir en sus clases la pasión por la literatura. Cercana y sonriente, aunque exigente en las calificaciones, consiguió convertirse en un modelo a seguir para mí.
 Admiraba tanto sus conocimientos, que el amor sentido hacia Baroja, Cervantes, Bécquer o Machado se coló también en mi alocado corazón. Fue mi aliciente para dedicarme a la enseñanza y trabajar en lo que realmente me gusta. Hoy día, siendo ella mi compañera laboral, no nos faltan momentos para tomar un café tranquilamente y hablar de poesía.

Itziar no podía comprender el camino nuevo aparecido ante mis fascinados ojos. Los celos le desencajaban el rostro cuando la saludábamos, y de un modo un tanto infantil, criticaba sus defectos físicos.

Esta situación me resultaba verdaderamente cómica, pues no podía entender los motivos que impulsaban a mi amiga a comportarse de esa manera, pero la sonrisa se congeló en mi rostro cuando la cuerda se tensó demasiado y las cosas llegaron demasiado lejos. La dulce venganza por la que Itziar salivaba se vio finalmente saciada al acabar las clases, unos días antes de las vacaciones.

No hay pintor lo suficientemente bueno para plasmar en papel el asombro reflejado en mi rostro cuando, al entrar a los vestuarios me encontré a mi querida profesora maniatada en las duchas, pataleando nerviosamente entre lágrimas intentando liberarse. Itziar, mientras tanto, sádicamente deshojaba el libro de literatura y le obligaba a comerse cada página. Regalando un insulto por cada letra saboreada.

Sofía, después de lo vivido, y aunque Itziar fue severamente castigada; solicitó un cambio de centro. Dejando a sus alumnos más que tristes y a mi amiga más que satisfecha. Esto nos ocasionó un enfado tremendo que casi nos cuesta la amistad, pero cuya reconciliación llegó más pronto que tarde.

Es imposible enfadarse con ella. Y la muy pícara lo sabe.

Anécdotas como esta me vienen a la mente, anécdotas que cambian…
Que se lo digan a la inesperada Sofía, que llorona se ocultaba en las últimas filas. Seguro que en el fondo de su corazón, por minúsculo que sea, también podemos encontrar una parcela para Itziar.

Todos la queríamos.

sábado, 31 de diciembre de 2011

Memorias de una vieja amistad (introducción)


''Aún sonrío inevitablemente al rememorar los buenos momentos vividos junto a Itziar.
Esa joven alocada con la que compartí los rebeldes años de la adolescencia todavía asoma su carita pecosa y se inclina curiosa a leer mis pensamientos. Imposible olvidarla, imposible era borrar esa huella que tantos años ha permanecido en mi corazón.
Y es ahora cuando los años empiezan a hacerse notar en la piel cuando la añoranza me traslada de realidad. Vuelvo a ser una niña y de nuevo correteo por el jardín de la juventud.
Nuevamente me deslizo por las calles de la ciudad entre mundos de risas, confidencias secretas y amores platónicos a chicos insensibles.

Hace un año que Itziar nos abandonó y ahora camina entre las nubes del cielo, paseando con los ángeles. Qué mejor momento para escribir sobre ella,  que en el aniversario de su fallecimiento.

La rabia se entremezcla con lágrimas furiosas, maldiciendo el momento en el que le arrebataron su característica vitalidad. Muy querida por todos, siempre estará presente en nuestras almas.’’

Acabé de leer, con la voz rota y quebrada; y enjugándome una lágrima silenciosa bajé del atril, dedicándole una última mirada a su cuerpo sin vida. Entre suspiros eché una mirada a la pequeña capilla. El ambiente era desolador. Su madre se refugiaba en los brazos de su marido, ambos rodeados de un aura negra y cargada de dolor.
Las flores blancas que adornaban el altar, eran un tanto tétricas y de mal gusto, la triste música funeraria ponía los pelos de punta. Miedo, dolor y ciertos escalofríos demoníacos se confundían en los corazones agitados. No le hubiera gustado a Itziar.

Pienso que la mejor manera de darle nuestro último adiós, sería rememorando las locuras, las alegrías, los momentos compartidos y los sueños tan difíciles de conseguir que encontraron su gloria al verse realizados.
Y eso es lo que voy a hacer.
Va por ti, amiga mía.