domingo, 1 de enero de 2012

Memorias de una vieja amistad (Continuación 1)


 Itziar era muy celosa.
Quería demasiado a sus allegados, tanto familiares como amistades, y ya no quiero mencionar a sus pobres novios.
Recuerdo por aquel entonces el odio intenso que cogió repentinamente a una profesora del instituto.

Se llamaba Sofía. Era una señora más bien bajita, con unos cuantos años a cuestas pero que conservaba cierto atractivo juvenil. No eran pocas las ocasiones en las que era confundida con una alumna más. Amante de su trabajo, vivía para transmitir en sus clases la pasión por la literatura. Cercana y sonriente, aunque exigente en las calificaciones, consiguió convertirse en un modelo a seguir para mí.
 Admiraba tanto sus conocimientos, que el amor sentido hacia Baroja, Cervantes, Bécquer o Machado se coló también en mi alocado corazón. Fue mi aliciente para dedicarme a la enseñanza y trabajar en lo que realmente me gusta. Hoy día, siendo ella mi compañera laboral, no nos faltan momentos para tomar un café tranquilamente y hablar de poesía.

Itziar no podía comprender el camino nuevo aparecido ante mis fascinados ojos. Los celos le desencajaban el rostro cuando la saludábamos, y de un modo un tanto infantil, criticaba sus defectos físicos.

Esta situación me resultaba verdaderamente cómica, pues no podía entender los motivos que impulsaban a mi amiga a comportarse de esa manera, pero la sonrisa se congeló en mi rostro cuando la cuerda se tensó demasiado y las cosas llegaron demasiado lejos. La dulce venganza por la que Itziar salivaba se vio finalmente saciada al acabar las clases, unos días antes de las vacaciones.

No hay pintor lo suficientemente bueno para plasmar en papel el asombro reflejado en mi rostro cuando, al entrar a los vestuarios me encontré a mi querida profesora maniatada en las duchas, pataleando nerviosamente entre lágrimas intentando liberarse. Itziar, mientras tanto, sádicamente deshojaba el libro de literatura y le obligaba a comerse cada página. Regalando un insulto por cada letra saboreada.

Sofía, después de lo vivido, y aunque Itziar fue severamente castigada; solicitó un cambio de centro. Dejando a sus alumnos más que tristes y a mi amiga más que satisfecha. Esto nos ocasionó un enfado tremendo que casi nos cuesta la amistad, pero cuya reconciliación llegó más pronto que tarde.

Es imposible enfadarse con ella. Y la muy pícara lo sabe.

Anécdotas como esta me vienen a la mente, anécdotas que cambian…
Que se lo digan a la inesperada Sofía, que llorona se ocultaba en las últimas filas. Seguro que en el fondo de su corazón, por minúsculo que sea, también podemos encontrar una parcela para Itziar.

Todos la queríamos.

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