Itziar era muy
celosa.
Quería demasiado a sus
allegados, tanto familiares como amistades, y ya no quiero mencionar a sus
pobres novios.
Recuerdo por aquel entonces
el odio intenso que cogió repentinamente a una profesora del instituto.
Se llamaba Sofía. Era una
señora más bien bajita, con unos cuantos años a cuestas pero que conservaba
cierto atractivo juvenil. No eran pocas las ocasiones en las que era confundida
con una alumna más. Amante de su trabajo, vivía para transmitir en sus clases
la pasión por la literatura. Cercana y sonriente, aunque exigente en las
calificaciones, consiguió convertirse en un modelo a seguir para mí.
Admiraba tanto sus conocimientos, que el amor
sentido hacia Baroja, Cervantes, Bécquer o Machado se coló también en mi
alocado corazón. Fue mi aliciente para dedicarme a la enseñanza y trabajar en
lo que realmente me gusta. Hoy día, siendo ella mi compañera laboral, no nos
faltan momentos para tomar un café tranquilamente y hablar de poesía.
Itziar no podía comprender
el camino nuevo aparecido ante mis fascinados ojos. Los celos le desencajaban
el rostro cuando la saludábamos, y de un modo un tanto infantil, criticaba sus
defectos físicos.
Esta situación me resultaba
verdaderamente cómica, pues no podía entender los motivos que impulsaban a mi
amiga a comportarse de esa manera, pero la sonrisa se congeló en mi rostro
cuando la cuerda se tensó demasiado y las cosas llegaron demasiado lejos. La
dulce venganza por la que Itziar salivaba se vio finalmente saciada al acabar
las clases, unos días antes de las vacaciones.
No hay pintor lo
suficientemente bueno para plasmar en papel el asombro reflejado en mi rostro
cuando, al entrar a los vestuarios me encontré a mi querida profesora maniatada
en las duchas, pataleando nerviosamente entre lágrimas intentando liberarse.
Itziar, mientras tanto, sádicamente deshojaba el libro de literatura y le
obligaba a comerse cada página. Regalando un insulto por cada letra saboreada.
Sofía, después de lo vivido,
y aunque Itziar fue severamente castigada; solicitó un cambio de centro.
Dejando a sus alumnos más que tristes y a mi amiga más que satisfecha. Esto nos
ocasionó un enfado tremendo que casi nos cuesta la amistad, pero cuya
reconciliación llegó más pronto que tarde.
Es imposible enfadarse con
ella. Y la muy pícara lo sabe.
Anécdotas como esta me
vienen a la mente, anécdotas que cambian…
Que se lo digan a la
inesperada Sofía, que llorona se ocultaba en las últimas filas. Seguro que en
el fondo de su corazón, por minúsculo que sea, también podemos encontrar una
parcela para Itziar.
Todos la queríamos.
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