lunes, 2 de enero de 2012

La revolución de los alimentos (cap. 2)


Alegremente las criaturitas iban todos los días al comedor más contentos que unas castañuelas. Siempre comían lo que más les gustaba, sin preocuparse jamás por esconder lo que les disgustaba en servilletas, vasos, o en el pelo de sus compañeros de mesa.

Pero cuando ya pasaron algunas semanas, los niños estaban cansados. No tenían fuerzas ni para reírse; y la tan querida pizza había dejado de ser tan apreciada. Nada verde en sus platos, nada sano en sus estómagos.

Alicaídos y tristes, jamás se pudieron imaginar que echarían de menos a esos enemigos naturales que obligatoriamente se tenían que tragar, si deseaban disgustar el tan querido postre de chocolate del comedor. O incluso en la cena, las natillas que tan ricas le salían a mamá.

Javier, entre los lamentos de los niños y la talla extra que había añadido a su pantalón (cosa que no le hacía ninguna gracia), decidió salir en la búsqueda de Supertomate para poner fin a la catástrofe.

Pero…¿Dónde encontraría nuestro joven héroe a las tiernas verduritas?

Piensa como una verdura…piensa como una verdura…-se decía. ¿Dónde me escondería si fuera una de ellas?

Con su bicicleta de carreras roja, regalo de su cumpleaños, y una pequeña mochila al hombro, oteó el horizonte; ajustándose la gorra para que el Sol no le cegara los ojos.

Sonriente decidió ir al restaurante vegetariano de la ciudad. Allí encontró en el buffet de ensaladas a unas cuantas lechugas que luchaban por no morir ahogadas entre litros y litros de salsas condimentadas. Agitaron sus manitas pidiendo ayuda, y en un descuido del camarero, Javi las atrapó y las guardó en su mochila.

Hizo un recorrido por todos los restaurantes del barrio, pedaleando incansable para ir salvando a ciertos espárragos, a punto de ser devorados por una mujer con un sombrero más grande que su cabeza; para rescatar a una coliflor que fue confundida por una joven novia por un ramo de rosas blancas; o incluso para salvar a una pequeña familia de zanahorias que eran perseguidas por un conejito hambriento.

Con la mochila a rebosar de pequeños habitantes que no paraban de moverse y parlotear, Javi se sentó a descansar en un banco del parque. Abrió la cremallera y fue saliendo la comida. Algunas más contentas que otras, se pusieron todas de acuerdo en hacer voto de silencio hasta no recibir órdenes nuevas de su líder. Pero, ¿dónde estaba Supertomate?

(Próximamente continuación)

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