Acostumbraba a levantarme con los primeros rayos del alba. Luego me dedicaba a adecentar un poco mi morada. A continuación, salía a pasear por el bosque de detrás, siempre ocultándome con precaución.
La mañana se pasaba volando. Pero era aburrido. Excesivamente aburrido. Era una de las desventajas de vivir en la casita del jardinero de una familia humana. Nadie sabía que vivía ahí, pues estaba abandonada, y la gente no le hacia mucho caso.
Llevo tanto tiempo ocultándome…
El corazón se me encoge al recordar los felices tiempos en los que vivía con mi familia, en mi casa; en un hogar. Todo era alegría y risas. Ahora las cosas eran… diferentes.
Eso me pasa por querer ser valiente, un acto heroico, pero muy estúpido. Un sorteo que piensas que no te tocará…la locura y euforia del momento…el reto de los amigos…pero, ¿Quién me mandaba aventurarme fuera de casa, de mi ciudad, de mi país, de mi continente y de mi propio planeta?
En efecto querido lector…he dicho planeta.
No os penséis que soy como cuentan, un bicho verde con muchos ojos y antenas. Los humanos tienen gran imaginación.
Soy un ser que adopta muchas formas diferentes y cada persona me ve distinta según sus sentimientos. Roja para los enamorados, verde para los envidiosos, blanca para los puros de espíritu, etc . Pero en el fondo, tengo unos sentimientos…alma… ser. Como todos. Pero ellos no lo comprenden.
Aterricé hace muchos años, en el centro de un enorme desierto. Me frustró mucho ver que no se podía volar, y que las cosas no sucedían con solo desearlas. Me pregunté en qué clase de infierno había aterrizado. Me estaba desnutriendo, pero no podía volver a casa. Mi nave se había destrozado por completo.
Mi precioso planeta del color del arco iris se desvanecía de mi mente y con él, todas las esperanzas de volver.

Eran muy diferentes. No se como podían encontrar hermosos aquellos seres. Tenían unos tubos que quitaban la vida con un sordo ruido…un golpe tan seco...
Ellos lo llamaban armas. No me gustaba nada en absoluto. De repente, el más joven se fijó en mí. No me preguntó por mi estado, ni quiso ayudarme. Se acerco veloz, alertando a los demás.
El instinto me obligo a quedarme quieta y callada.No me acuerdo de mucho más. Me pusieron un paño en la boca que olía maravillosamente bien, pero que adormecía poco a poco…
Al despertarme estaba todo borroso. En una especie de caja con unos palos clavados en ella; o sea, no podía escapar. Tenía miedo. Mucho miedo. Me encontraba en una sala blanca con multitud de aparatos y tecnologías extrañas. Unos tubos plateados en especial hicieron mella en mí. Eran muy parecidos a los que usábamos en Flútugun (mi planeta).
Estuve largo tiempo esperando a que ocurriese algo. Pero no ocurría nada. No venía nadie y todo seguía igual. Eso era lo que mas terror me causaba. La incertidumbre sobre mi futuro.
Decidí relajarme y ponerme a reflexionar sobre mi situación y retornar sobre mis pasos para verlo todo más claro.
Aquel día estaba en mi casa haciendo lo de todos los días, lo normal. No somos tan diferentes como la gente piensa. Llevo observando a las personas mucho tiempo y hacemos cosas muy parecidas. En ese momento estaba cocinando para mis dos hijos. ¡Cuánto los añoro y les echo de menos! ¿Estarán bien? ¿Son felices?
Un montón de preguntas se me presentan, y mi dolor aumenta. Debo seguir resistiendo y sigo pensando en lo que ocurrió ese fatídico día.
De repente, llamaron fuerte a la puerta, y antes de que pudiera preguntarme qué pasaba, la echaron abajo. La guardia de Flútugun entró en tropel a mi hogar. Tenía pánico y temía por mis hijos. Me esposaron y me dijeron que debía ir con ellos. Al parecer había sido seleccionada en misión experimental por el universo, pero en ese momento yo no lo sabía. Hubo una serie de preguntas sin sentido y pastillas que me hicieron consumir.
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