domingo, 18 de diciembre de 2011

Eternamente

Un niño precioso. Sus sonrosados mofletes en contraste con su tez blanca; sus ojos almendrados de azabache cual dos luceros resplandecientes; su naricita respingona y unos labios rojos como el fuego. El poco pelo que tenía era oscuro como una noche sin luna. Conforme iban pasando los días, el muchacho se convertía en un chico joven y apuesto, con grandes habilidades para el tiro con arco y  en un enamorado de la poesía. Sus padres no le habían rebelado nada de su cuerpo mortal. Pero él ya observaba que crecía más rápido que ninguno y que notaba sensaciones que los dioses no conocían. En busca de aventuras, decidió una mañana salir con su caballo a pasar el día en un paraje desconocido para él. Cogió un poco de fruta y agua, su arco cargado de flechas y los cargó encima de su caballo. Cogió unas pocas monedas de plata reservadas para una ocasión especial y se puso un colgante con forma de dragón que él consideraba su amuleto de buena suerte. Cuando llevaba ya unas cuantas millas sin que pasara nada en especial, se dispuso a descansar. Enseguida se volvió a montar en su caballo y siguió siempre hacia delante.
Llegó por el mediodía a una pequeña aldea donde se dispuso a encontrar cobijo. De repente, unos gritos de auxilio rompieron la quietud de su paseo, descubriendo a un grupo de personas que rodeaban a una joven diosa. Intentaban robarle, mientras ella se desasía con brusquedad gritando
con toda la fuerza que su garganta le permitía. Jairo sacó su arco con flechas y a galope pasó por el lado de los asaltantes, sorprendiéndoles. Eran cinco inmortales contra un simple humano, pero su destreza con el arco era superior a cualquier naturaleza. Tras una lucha que parecía no tener fin, los asaltantes huyeron como cobardes y dejaron a la diosa tranquila. Cuando Jairo se acercó a ella y se miraron a los ojos… Sintieron algo que ninguno había sentido. Sintieron frío y calor al mismo tiempo, dejó de existir todo lo demás. Y, aunque ninguno había sentido nada semejante y no se habían visto nunca; tuvieron la sensación de que se conocían de toda la vida; como si siempre hubiesen estado juntos, unidos en una sola persona. Sólo con mirarse…
No sabían ni el nombre del otro, pero eso no importaba mientras se estuviesen mirando. Jairo se acercó a ella y le tocó la mano. Sólo le tocó la mano, y el arco iris atravesó el cielo sin nubes; un pájaro se posó en sus manos y una melodía hermosa y exótica empezó a sonar en el interior de sus cabezas. Sus corazones palpitaban nerviosos y acompasados. Sólo con tocarse… Silenciosamente la diosa se fue alejando de Jairo. Sin dejar de mirarle. Tan absorto y perdido en su mirada estaba él que salió del estado de shock en el que se encontraba dos horas después de que ella se hubiese ido. ¿Quién hubiera pensado que el simple corazoncito de un mortal pudiera sentir tanta pasión? Jairo se sintió como un estúpido. Ni siquiera se habían hablado. No sabía ni su nombre. Con amargura pensó que nunca la volvería a ver.
Cuando se hizo de noche, encontró una humilde pero acogedora posada donde descansar. Todavía aturdido, pagó lo que debía y se fue a su habitación. Estuvo la noche en vela pensando en esos mágicos ojos que tanto le habían aturdido. Esos ojos color esmeralda, reflejados en sus oscuros ojos…
No tuvo constancia del tiempo, y siguió pensando en ella, con un desasosiego incalculable.
La noche siguiente, consiguió dormir un poco. Pero pasó algo asombroso, sorprendente. Jairo soñó con dos mundos, el mortal y el inmortal. Unas fuerzas procedentes de distintos mundos, él, ella; se sentían y amaban como uno sólo. Un día, estando con los ojos cerrados y las manos entrelazadas; se separaron, poco a poco. Ella desapareció dejando un fino polvo tras de sí. De repente, la fuerza conocida como él, en un punto donde supuestamente está su cara, dijo con voz triste y melancólica:`` Búscala y encuéntrala  Jairo, no la pierdas como me ocurrió a mí. Vuestro destino es estar juntos. Vuestro destino y posiblemente el del mundo mortal e inmortal. No desistas. Nunca. Las fuerzas de los dos mundos están más cerca que nunca, y sólo vosotros las podréis unir en uno sólo. A mí se me pasó la oportunidad. Salva lo que yo no pude salvar. Salva el amor.´´ Jairo se despertó repentinamente. Había sido sólo un sueño, pero había sido tan real… Jairo no sabía que creer. Pero todavía notaba las palabras susurradas en su oído. Se preguntó si estaba loco, si el amor le había hecho perder la razón. `` Búscala´´ decía la voz. Un sentimiento de felicidad recorrió su cuerpo al pensar en ella. Estaba decidido. Iría a buscar a  la dueña de su corazón, a la señora de su pensamiento y aquella dama por la que había suspirado tanto. Sus piernas se movieron solas. Sin darse cuenta ya estaba fuera. Toda la mañana estuvo el muchacho recorriendo la aldea y sus alrededores, en su busca. Las calles le parecían estirarse al avanzar, y la plaza central y circular giraba y giraba sin acabar nunca. Jairo, ya estaba a punto de desistir cuando fue al río a darle de beber a su fiel caballo y a descansar un poco. Una voz cantarina y celestial interrumpió el relajante sonido del agua del río discurrir por su cauce. Jairo se acercó a la misteriosa voz cuando ella se giró. Otra vez esos ojos. Jairo se creía desfallecer. Sin pensárselo ni un solo segundo, se acercó a ella. Con toda la delicadeza posible, posó sus labios en los de ella con un amor que casi estalla en su interior. Eran como las fuerzas del principio, él y ella, una unión inseparable. Como una reencarnación.
Pasaron los días y las noches juntos. No se habían dicho nada todavía. Él iba envejeciendo, pero no importaba. Estaban juntos.
Pasaron algunos años. Ella quedó encinta. Sintieron gran felicidad durante los nueve siguientes meses. Cuando la diosa dio a luz, ocurrió algo muy extraño. Al nacer este hijo, de dos mundos diferentes, el mundo en el que vivían también cambió; tal y como predijo la fuerza misteriosa en el sueño de Jairo. Le pusieron por nombre Deo. De repente, la tierra empezó a moverse y sacudir. Todo empezó a cambiar. Ocurrían cosas que no eran naturales. Los animales se volvieron locos, todos los volcanes entraron en erupción a la vez; los dioses más viejos fueron muriendo y los jóvenes se transformaban en mortales. Parecía el fin del mundo. El niño empezó a llorar y una fuerte tormenta cayó del cielo. Jairo estaba muy asustado y temía por su recién nacido hijo y por su gran amor; la diosa. Intentó protegerles, pero él ya era muy viejo y no podía moverse con facilidad. La diosa sintió que envejecía repentinamente al transformarse en mortal. ¿Y el niño? ¿Era mortal o inmortal? El era lo desconocido. La causa de lo que estaba ocurriendo. El pobrecillo no sabía que al nacer había desencadenado todo esto. ¿Por qué? Nadie lo sabe. Quizás por no poder concebir la existencia de dos mundos tan diferentes. Jairo sabía que lo más probable es que murieran todos, y sintió un gran vacío en su interior. La tierra se había dividido en dos. En un lado estaban los inmortales y en otro, Jairo, el único mortal de la tierra. Deo estaba justo en medio. Axel y Amaya, los primeros dioses; fueron desapareciendo hacia otro lugar. Como si el mundo mortal era el definitivo y cuando morían pasaban a la perfección de la inmortalidad. En otra dimensión. Para la eterna felicidad.
Le iba a tocar el turno a la madre de Deo. Jairo todavía no sabía su nombre. Únicamente la amaba. Le daba igual el sitio o lo que tuviera que pasar, él quería estar a su lado.
 Deo lloraba, estaba sólo. Sus padres no se podían acercar a él .Jairo sintió que su hora de muerte estaba próxima. Su última petición hubiera sido verla una vez más. Entonces, justo cuando la diosa iba a pasar al más allá, sus ojos se encontraron. Por última vez. Sintieron un último destello de felicidad, aunque les dolía muchísimo tener que dejar a su bebé, solito en el mundo. Hicieron de tripas corazón para afrontar la muerte. Ella empezó a desvanecerse cuando, en el último instante, sonrieron y al unísono susurraron:
``Eternamente.´´
Desaparecieron a la vez. En ese instante y hasta el final de este mundo, los mundos quedaron separados. Él desapareció fundido en los elementos del mundo mortal. Ella, nos espera al final del camino que es la vida en las puertas del Más Allá. Y ellos mueven el ciclo de la vida y la muerte. Aunque separados, están unidos en constante movimiento, en cada momento y segundo. Su hijo Deo hace de enlace. Aún así, son felices. Inventaron el amor verdadero. Y por el amor, el mundo funciona de esta manera. Hasta el final de los tiempos.

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