domingo, 18 de diciembre de 2011

La revolución de los alimentos

En un lugar de Murcia, de cuyo comedor no quiero acordarme, vivían unas cocineras que preparaban la comida del día siguiente.
- ¡Madre mía mañana toca puré, seguro que toca enfadarse por trigésima vez con lo mismo! –dijo Alicia, la señora que vaciaba las bandejas. Era una mujer de unos cuarenta años, que amaba los niños y estaba contenta con su trabajo. ¡Siempre la podías ver sonriendo!
A su lado una voz le contestó:
- Es cierto; no es muy querido entre los chiquillos-. Esta era Paula, una joven cuya mayor preocupación en el momento era si dejarse flequillo o cortarse el pelo. Alegraba a sus compañeras más mayores con sus ocurrencias ingeniosas, y tras varias horas de trabajo era algo que éstas agradecían.
Al día siguiente, como estaba previsto, los niños se dejaron toda la comida. Eso sí, con las sobras comió un gatito hambriento que había venido atraído por el olor de la comida.
 Las señoras del comedor, cansadas de la misma historia, decidieron elaborar un plan con apariencia de flan…
Cuando sonó el último timbre y los hermanos se fueron a sus habitaciones, las cocineras se escaparon sigilosamente a la sala de profesores. Afortunadamente algún profesor despistado se dejó la puerta abierta y lograron entrar. Empezaron a sentarse nerviosas en las sillas, hasta que Isabel, que preparaba la ensalada, tomó la palabra:
-A los niños no les gusta la comida por su forma. Opino que deberíamos ser más creativas y hacerles divertida la hora del almuerzo.
Todas corearon que era una buena idea y cocinaron croquetas con la forma de la Torre Eiffel, tallaron zanahorias de manera que parecieran pequeñas Estatuas de la Libertad, y las legumbres, pequeñas estrellitas. Estuvieron toda la noche con ello, y cansadas pero sonrientes, aguardaron la llegada de los alumnos.
 A la hora de comer; los niños se sorprendieron mucho, demasiado diría yo, pues estaban tan embobados mirando la comida y jugando con ella que no la probaron. Incluso se podía ver a algunas alumnas pequeñas luciendo lentejas en pulseras de lo bonitas que quedaron.
Elvira era la chica que barría y dejaba el comedor limpio e impecable, pero su sorpresa fue monumental cuando aquel día se encontró con el doble de desperdicios. Se enfadó mucho porque tardó mucho más en acabar y esa tarde no llegó a tiempo a su cita con el dentista.
Visto el fracaso, las cocineras volvieron a reunirse esa tarde para buscar una solución:
-Nuestro plan no funciona, - vístete de payasa Ana.-sugirieron algunas entre risas.
- No creo que funcione, dijo entre las risas de sus compañeras.
Ana era la encargada de llevar la lista de los alumnos que se quedaban a comer y sentarlos en las mesas. Era muy simpática y le gustaba imitar voces raras para hacer reír a los niños.
Tan a gusto estaban hablando que no se percataron de que un alumno de primero de la ESO, llamado Javi, no había salido aún de la sala porque había tenido que ir al aseo. Pegado a la puerta  y cayendo en la curiosidad no pudo evitar enterarse del problema que vivían las cocineras  cada día. Y él, como caballero que se consideraba, no podía permitir eso.
Javier se ajustó sus gafas, y tímidamente hizo su aportación en aquella pequeña tertulia.
-Vamos al laboratorio de Ciencias, hoy lo ha utilizado mi clase…tengo una idea que puede servir para conseguir vuestro propósito.
Las cocineras dudaron, pero no tenían nada que perder.
Cogieron un par de tomates, pescado, judías, y toda la comida sana que no se comían las criaturas. Se dirigieron al laboratorio cargados de comida y muy pronto se vieron rodeados de elementos químicos. Siguiendo unas fórmulas que buscaron en Internet, se pusieron sus gafas protectoras y ¡BOOM! Ocasionaron una explosión al mezclar componentes. La pobre Paula ya no se tuvo que preocupar de su corte de pelo. Se había chamuscado hasta las cejas. Pero lo revolucionario no fue eso…sino que…
¡Dieron vida a la comida!
Se armó un follón…
Estaban los tomates, que llamaban mamá a Marina (que preparaba los cubiertos), las judías, que querían volar, las habichuelas, que exigían plastilina para jugar, etc.
Cuando por fin dominaron a las criaturas, les explicaron la situación. El puré se quejó, el garbanzo protestó, y el tomate se cayó del susto.
- A esos niños, hay que darles una lección comentó una lombarda recién nacida, con una vocecita finísima.

Qué cara pusieron los niños al día siguiente. Cuando una pequeña niña puso cara de asco ante el tomate y fue a tirarlo; éste se levantó de golpe y carraspeó. El aliento le olía a huerta.
-          Queridos niños y niñas…soy Mr Tomato. El representante de todas las frutas y verduras.
Al decir esto la niña portadora de la bandeja se desmayó del susto tirando a la hortaliza parlanchina. Muchos curiosos se acercaron a observar el prodigio. Javier –el niño que sugirió entrar al laboratorio--, se apresuró a coger al tomatito de las hojas para que pudiera continuar; que con un guiño dio las gracias al chico, dirigiéndose a las pequeñas personitas de la sala con nuevas palabras:
-          Mis amigos y yo hemos visto que no somos queridos aquí. No nos coméis con gusto al igual que nuestras vecinas las pizzas. Coliflor no ha vuelto a ser la misma y llora todos los días. Incluso a los espárragos, tan fiesteros que solían ser no se mueven de la lata. Aunque el peor caso lo tiene el brócoli, que se está gastando un dineral en psicólogos. No podemos continuar en este estado porque vamos a acabar fatal. Así que nos vamos.
Durante unos segundos nadie dijo nada y se formó un silencio sepulcral. Los garbanzos empezaron a temblar en los platos y con agilidad saltaron e indignados marcharon por la salida.
Ante los niños boquiabiertos los alimentos desaparecieron para no regresar.
Todo el comedor estalló en gritos de júbilo pero muy pronto se arrepentirían de su decisión….(próximamente continuación).

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